Recuerdo cuando llegaron en primavera, a la vez que las
aves zancudas que se quedan a vivir en las salinas. Ellos también trajeron
hombres que caminaban con zancos y cabezudos que asustaban a los niños
pequeños. A mí lo que más me gustó al principio fueron las fieras; yo que nunca
había visto a leones y tigres de cerca, me quedé petrificada cuando uno de
ellos se levantó en su jaula y se giró para mirarme; de repente, me entraron
ganas de hacer pis, y tuve que ir corriendo al bosque de pinos enanos que hay junto
al camino de tierra... (De Ofelia).
A mi abuelita Chayo, no le agrada que entre al bosque,
siempre me dice que es engañoso. Pero es un lugar bonito y a veces me paseo por
él para recoger flores, sin perder de vista el camino de tierra. Aunque me
cause un poco de miedo. Pero cada que llego y veo el rostro de alegría de mi
hermano Alex, pienso que vale la pena arriesgarse un poco. Le encanta que el
florero de mamá este lleno, creemos que a ella le encanta verlo desde el cielo.
Después de varios minutos caminando y con un puñado de
flores de varios colores logre ver la casa donde vivo pintándose de tonos naranjas
y brillantes amarillos, el sol está a punto de esconderse para dar paso a la
noche. Empiezo a correr lo más que puedo, me alegra sentir en mi rostro como me
choca el aire y produce juguetonas ondas con mi cabello. Me emociono más a ver cómo
crece mi sombra en la puerta de madera, pues sin duda este es el único momento del día en que todo parece ser perfecto,
pues no solo veo a mi hermano Alex sonreír, me recuerdo no perder la fe.
Empujo la puerta y entro gritando el nombre de mi hermano
llego a su cuarto y dejo las flores en la mesa de madera lo levanto de su cama
y con un poco de trabajo lo movemos a la silla entre mi abuelita y yo. Abro la
ventana y observamos la puesta del sol bañándonos con los últimos rayos del día.
Y justo cuando veo aparecer la primera estrella pido el mismo deseo de siempre. Que mi hermano
vuelva a caminar.